Un mapa para perderse
Por Fernanda Laguna
La galería, el tamaño de su superficie, el piso, las paredes, la luz solar y la artificial. El techo. El aire contenido en la galería, unas columnas y la puerta con un cartel. Uno puede provocar efectos sobre las cosas. Antes de la inauguración de la muestra sospecho que alguien habrá lustrado el piso.
Karina Peisajovich ha trabajado en su taller y también en la cámara de su mente. Yo ahora escribo inspirada en un espacio mental construido por su relato visual. En su taller vimos sus obras. Muchas desarmadas, en proceso y también retazos de lo que esas obras producirán sobre el espacio: reflejos, grados de iluminación, tensiones en las paredes…
Si no se conocen los límites de la cámara de la mente, ni los del universo ¿por qué tendríamos que dar por sentado que una obra los tiene?¿Hasta dónde llega la luz? Y la oscuridad que le sigue ¿no es parte de su ausencia? Los reflejos ¿no son la obra? Y el recuerdo de un color, nada más que un color que persiste por algo inexplicable en la memoria ¿qué es?
Una vez una chica me dijo, si produzco sin pensar en hacer una obra (para poder hacer algo nuevo que no esté limitado por esa idea) ¿cómo me voy a dar cuenta que la hice? Fue una pregunta genial. Uno como espectador aquí está invitado a correr el mismo riesgo. Mirar, observar en busca de estímulos, sensaciones, emociones. Una mirada ampliada, en movimiento, alerta, alejada de la mirada conceptual estática compactadora de sentido. Una mirada que no busque corroborar la idea que se tiene de lo que es arte. Hay una invitación a un cambio de postura en la idea de espectador (alguien que espera algo) y de obra (algo que viene a calmar su ansiedad).
La muestra es un pequeño mapa de invitación a lo misterioso, con códigos ocultos estampados en lugares aún no descubiertos.
Hay una foto de una luna iluminada por el sol. La poesía, el arte son lo incierto encarnado, un hombre lobo. Una fusión que crea seres nuevos. Un vagabundo que no tiene lugar para acumular cosas, bordes o definiciones… va corriendo, absorbiendo estímulos, huyendo, encontrando en aquello que desconoce (hasta de sí mismo) oportunidades de lanzamientos.
¿Será la luna o el sol quién lo convierte en hombre lobo, es decir en poesía?
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