Karina Peisajovich
Por Tobias Ostrander
Formada en la pintura, la práctica artística de Karina Peisajovich ha sido fuertemente influenciada no sólo por la historia del arte, sino por su experiencia temprana en el teatro alternativo, en el que trabajó como diseñadora de escena y vestuario a finales de los ochenta y principios de los noventa. Su obra está profundamente influida por la historia de los experimentos Modernistas con la abstracción y la percepción, al mismo tiempo que se apropia del teatro los soportes técnicos, un compromiso directo con el espacio físico de exhibición y un posicionamiento activo del espectador-participante en la obra. Sus proyectos más recientes han pasado de complejas instalaciones relacionadas con formas abstractas pintadas desde las paredes al piso de la galería con luces proyectadas en formas geométricas, a un conjunto de elementos más reducidos: pequeñas máquinas de iluminación que proyectan luces de colores, colocadas en espacios completamente oscurecidos.
Para su instalación sin título en el Museo Experimental El Eco, Peisajovich ha oscurecido significativamente la Sala principal del Museo, cubriendo el ventanal y pintando las paredes del mismo gris oscuro del techo. Tomando ventaja de la altura característica de este amplio espacio rectangular, la artista proyecta sobre la superficie plana del techo. Cinco poderosas luces de teatro se colocan sobre el piso alrededor de esta sala. Unido a estos reflectores hay un pequeño motor que mueve una barra de metal, que al moverse lentamente hacen rotar una placa circular de vidrio coloreado colocada sobre las luces. Cada placa contiene una rueda transparente. Al moverse, la iluminación proyecta círculos de luces de colores en el techo, colores que van cambiando a medida que se mueve cada vidrio. Estos cinco dispositivos luminosos varían en tamaño y sus proyecciones se superponen entre ellas, creando una composición de formas. Cada motor está programado a una velocidad ligeramente distinta, un desplazamiento que implica que los colores de los círculos estén perpetuamente fuera de sincronía, lo que hace que se produzcan en la sala un rango casi infinito de combinaciones de color, al tiempo que los colores se superponen a diversos intervalos.
Los discos motorizados de esta pieza recuerdan a aquellos usados por Marcel Duchamp, en trabajos como Disk Bearing Spirals(1923), pero sin el efecto tridimensional producido por el artista francés. Fue Duchamp quien alertó sobre los placeres del ojo, su confort y su tendencia hacia la complacencia. Su reto hacia la vista, su necesidad de activarla en maneras agresivas, es un deseo compartido de Peisajovich. Ella reconoce estos desafíos dentro de su contexto contemporáneo, en el que la vista es fácilmente coaccionada por las imágenes consumistas.
Adicionalmente, la estructura de esta obra recuerda los ejercicios sobre el color de los profesores de la Bauhaus, específicamente de las enseñanzas de Joseph Albers. La artista apunta hacia esta referencia y utiliza los estudios de Albers en su trabajo, identificando su interés particular en las demostraciones sobre cómo engañan los colores, cómo no son estables ni contienen entidad, sino que son continuamente contingentes, produciendo imágenes accidentales de color, resultado de efectos físicos y biológicos. En el contexto de El Eco y su fundador, Albers es una referencia compartida, a la vez que Mathias Goeritz aplicaba sus enseñanzas y las empleaba en su propia pedagogía inspiradora.
Esta nueva obra construye un lugar para una experiencia perceptiva intensa. Al evocar una cueva o un planetario, los visitantes son invitados a recostarte en el piso en la oscuridad y mirar hacia el juego de las luces de colores. El lento movimiento de las transiciones de los colores arrastran al espectador, reduciendo el movimiento del ojo significativamente. Uno se hace muy consciente de su visión individual como entidad de percepción y de su imaginación, mientras intenta conectar estas abstracciones hacia una imagen o un referente cómodo. Al tiempo que estos círculos entrelazados recuerdan configuraciones similares en la pintura en la historia de la abstracción geométrica de los cincuenta y los sesenta, son igualmente reconocibles como el producto simple de la mecánica relacionada con su producción; el lente circular de la luz teatral, la forma de la rueda de color.
El color está definido como la diferencia entre la luz y la oscuridad y es esta distinción la que crea las imágenes que percibimos en el mundo. A través de su fugacidad, el color y la luz revelan la fragilidad de las imágenes y la vulnerabilidad de la vista en general. Esta instalación, a través del aislamiento de los elementos de color, luz, oscuridad y de su interrelación, busca subrayar este conocimiento. Involucra al espectador con un estado simulado de pre-imágenes, un espacio en el que puede reconocer sus propios procesos de construcción visual. La “imagen” que articula es aquella del acto mismo de mirar.
Texto de la exhibición
Museo Experimental El Eco
México DF, Septiembre 2010 |