Karina Peisajovich. Influyentes e influidos
Por Eva Grinstein
La sala del primer piso de la galería Braga Menéndez, una sala menor en comparación con la de la planta baja, se ha convertido en uno de los mejores espacios de Buenos Aires: un cubo blanco no muy grande, ideal para proyectos experimentales, aislado del ruido y la invasión visual. Algo tiene esa sala que provoca a los muy buenos artistas de la galería a realizar fantásticas presentaciones de cámara , acotadas, redondas. Así sucedió estos últimos años con memorables muestras de Max Gómez Canle y Javier Barilaro, entre otras, y así sucede ahora con la nueva presentación de Karina Peisajovich, quien salta de la sala grande -donde había exhibido en 2006- a la pequeña, condensando y llevando a un nivel inaudito de sofisticación algunas de las ideas con las que ha trabajado durante la última década.
Bajo el título Influyentes e influidos , Peisajovich (Buenos Aires, 1966) presenta tres piezas escultóricas -en verdad, dos relieves para pared y una instalación de piso y pared- protagonizadas por la luz. Se trata, en su caso, de un uso de la luz absolutamente atravesado por el bagaje de la pintura, y en menor medida del cine y el teatro. Las influencias, en efecto, se cruzan, pero pronto deja de importar de dónde provienen o hacia dónde van estas obras que podrían ser vistas como puras temporalidades de color desplegado en el espacio.
Los relieves son esculturas de luz enmarcada en forma de rombos y cuadrados, geometrías afines a toda la obra anterior de la artista que aquí se convierten en obras-concepto, pulidas y contundentes. Cuadrado azul, rombo verde; figuras que cargan un siglo de historia del arte y al mismo tiempo contemplan sutiles, afectuosas referencias al mundo plástico de Peisajovich. Estas obras asisten en silencio y desde un lugar privilegiado al espectáculo de la obra central, que ocurre en medio de la sala proyectándose hacia la pared del fondo. Se trata de Máquina de hacer color , un dispositivo apoyado sobre el suelo y basado en tres discos que contienen círculos cromáticos de doce colores (rojo, naranja, amarillo, verde limón, verde, turquesa, cian, azul, índigo, violeta, magenta y rojo rosado). Cada disco gira gracias a un motor básico, y a su vez los tres reciben luz de lámparas halógenas colocadas por detrás, con lo cual sobre la pared se proyecta la imagen de tres círculos de distintos tamaños, conectados entre sí por intersecciones, que cambian de color a un ritmo lento e hipnótico. La matemática de la pieza, tan sencilla como deslumbrante, implica que se produzcan unas 500.000 combinaciones de colores diferentes, garantizando que la imagen se transforme incansablemente ante los ojos del espectador.
El sistema de proyección de luz e imagen en movimiento sobre la pared ha sido una constante en el trabajo de Peisajovich desde fines de los noventa, época en que su pintura bidimensional comenzó a expandirse hacia el mundo más allá de la tela. La utilización de formas recortadas suspendidas en el aire, y los diversos efectos de sombras, apariciones, mutaciones y desapariciones logrados al imprimirles una fuente de luz dimerizada, fueron los ejes de la técnica que la artista exploró intensivamente durante los últimos años, creando verdaderos paisajes de geometría lírica. Con esta nueva exhibición, Peisajovich llega a un grado de refinamiento total: su repertorio se reduce y las posibilidades de elevación se multiplican. En la línea de los grandes investigadores del arte de la luz, desenvuelve sensaciones ópticas que toman el espacio y se instalan con cierta deliciosa melancolía en la percepción de quien las mira.
Review publicado en la Revista Art Nexus # 72
Marzo/Abril, 2009
|